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La reina negra

domingo, 29 de enero de 2012

Por: Gustavo Páez Escobar

Colombia tiene, por primera vez en 67 años, una reina negra. La elección de Vanessa Alexandra Mendoza estuvo precedida por una ola de protestas al ser destituida la candidata del Valle, Adriana Riascos, también negra.

Sobre Raimundo Angulo, director heredero del certamen y representante de la burguesía cartagenera, cayeron palos de todas partes y de todos los calibres al interpretarse su decisión como un acto de racismo. Pero él se defendió con el argumento de que la candidata había incumplido las reglas del concurso, que no involucran asuntos raciales.

Sin embargo, en el pueblo quedó flotando la sospecha de que la medida había sido arbitraria, y de ahí en adelante no logró don Raimundo quitarse el título de dictador tropical en una justa democrática, como debe ser un reinado de belleza. La belleza no admite equívocos: no tiene religión ni raza, color ni categoría social. La mujer es hermosa por sí sola y sus atributos se aprecian a primera vista.

El sabor amargo causado por la descalificación de una figura escultural como la de Adriana, a quien Dios y la naturaleza dotaron con medidas perfectas y perturbadoras, prendió un mar de suspicacias que revolvieron las olas del Caribe.

La destitución de la candidata hizo resaltar las dotes de otra negra, Vanessa Alexandra, cuya espigada silueta, ojos café y cuerpo armonioso cautivaron al público y a los jurados desde su primera aparición en Cartagena. Los expertos en esta clase de competencias hablan del impacto que ella produjo en la pasarela y la definieron como la «barbie negra» por los finos rasgos de su cara y su acentuado color oscuro.

Otras características se hicieron evidentes: dulzura, suavidad y timidez. En contraste con su piel negra, su claridad de pensamiento dio una respuesta luminosa cuando se le preguntó sobre los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos: «Estamos en una época de cambio y hemos perdido la solidaridad, la tolerancia y el sentido de vivir en convivencia con mucho amor».

Esta corona negra representa el cambio. El cambio que necesita Colombia en sus hábitos obsoletos y en sus desigualdades sociales. «Por fin se hizo justicia», gritó alguien tras el fallo del jurado. Ojalá esta frase jubilosa, dirigida a don Raimundo y a todo el mundo, pudiera aplicarse algún día a las enmiendas que necesita el país. Vanessa Alexandra, la modesta hija de Unguía, municipio perdido en las penumbras de la selva chocoana, le ha prendido luz a la belleza. Y ha traído un angelito negro a la conciencia nacional.

En ella personificó Germán Pardo García su Cristo negro. Así cantó a todos los seres humildes del planeta: «Yo amo a los negros porque sufren / más que los blancos, mucho más, / porque los negros son más hondos / bajo el betún de su antifaz. / Yo amo a los negros porque sienten / más que los blancos soledad, / y entre los ojos tan silentes / llevan la furia de la sal’.

En el centro de Quibdó se levantan, rodeados del hambre y la tristeza que circulan en los alrededores, las estatuas de Diego Luis Córdoba, padre del departamento, y del poeta y político César Conto, símbolos perennes de una raza sufrida, a quienes se une hoy la nueva soberana del país. Mientras en las calles es manifiesto el desamparo social, traducido en niños macilentos y miradas sombrías, las riquezas auríferas y madereras crepitan en la selva próxima, como una bofetada a la esclavitud milenaria del pueblo. En Chocó, que un día conocí y me impactó, sus habitantes son seres desesperanzados.

Pero ahora tienen reina, que aparece en el horizonte como un resplandor repentino en medio de la oscuridad. Don Raimundo le llevó esperanza a la región azotada por el abandono. Ojalá esa misma luz alcanzara a alumbrar todo el territorio de la patria.

El Espectador, Bogotá, 19-XI-2001.

 

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